28 páginas

 

Contratapa de Soledad Vargas:

 

“Vuelvan a ponerse los ojos/ La vida está afuera

 

Vuelvan a ponerse los ojos, la vida está aquí adentro, el Verbo copula para gestar un bosque de Bosch sin delicias; en él, se reconoce de dónde comer y beber, sólo con la brújula que revela Lo femenino. Este bosque tiene secretos y no tiene lugar donde callarlos. Es un solo poema, sin fin, sin borde, es oración sin divinidad. Entre la atopía del enamoramiento y estas mujeres, se alza el desaliento de medir con la vara del otro, sin otro, sin vara, y sin nada para medir ¡qué gran chiste! No hay a dónde ir, el único lugar es la palabra y el follaje que ella forma para decir que la vida está en el laberinto que se hace de ella, sólo quedan los hijos, que no se oirán llorar y aún así serán acunados. El bosque de las mujeres amadas es un canto al pecado, con su propia religión; nos salvará de nosotras mismas. Hasta pronto pequeña delicia de despertar en una vagina, hasta pronto pausado tren que se aleja de la repuesta. Ya olvidan al forastero que no regresa. Ya no necesitan creer. Si hay tiempo, lo habita el silencio, única manera de oír la interrupción del sentido. Y allí, la brisa, el zumbido de lo que sucede cuando una mujer se suelta el cabello en la inmensidad de su feminidad y puede decir en voz alta que el bosque está en ella, y no al revés.”

EL BOSQUE DE LAS MUJERES AMADAS - Mariela Laudecina

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“Vuelvan a ponerse los ojos/ La vida está afuera

 

Vuelvan a ponerse los ojos, la vida está aquí adentro, el Verbo copula para gestar un bosque de Bosch sin delicias; en él, se reconoce de dónde comer y beber, sólo con la brújula que revela Lo femenino. Este bosque tiene secretos y no tiene lugar donde callarlos. Es un solo poema, sin fin, sin borde, es oración sin divinidad. Entre la atopía del enamoramiento y estas mujeres, se alza el desaliento de medir con la vara del otro, sin otro, sin vara, y sin nada para medir ¡qué gran chiste! No hay a dónde ir, el único lugar es la palabra y el follaje que ella forma para decir que la vida está en el laberinto que se hace de ella, sólo quedan los hijos, que no se oirán llorar y aún así serán acunados. El bosque de las mujeres amadas es un canto al pecado, con su propia religión; nos salvará de nosotras mismas. Hasta pronto pequeña delicia de despertar en una vagina, hasta pronto pausado tren que se aleja de la repuesta. Ya olvidan al forastero que no regresa. Ya no necesitan creer. Si hay tiempo, lo habita el silencio, única manera de oír la interrupción del sentido. Y allí, la brisa, el zumbido de lo que sucede cuando una mujer se suelta el cabello en la inmensidad de su feminidad y puede decir en voz alta que el bosque está en ella, y no al revés.”