Coedición con EX/TÁC/TIC/A EDITORIAL

 

Contratapa fragmento del prólogo de Débora Mundani:

"¿Cuál es el sendero que conduce a la enunciación del nombre propio?

Eso que dicen las cosas entreabre la puerta y señala uno de los caminos posibles. Un camino que desafía las convenciones (...)

De la mano de Ofelia, la autora nos lleva hacia el nudo originario: donde la lengua de lo cotidiano no llega, en ese lugar la lengua envidia, se siente pequeña, impotente, imperfecta (...) Es preciso no herir la vanidad de la lengua.

La pregunta es ¿a quién ofende la vanidad de la lengua?

Ser mujer, desbocada, irrverente y lesbiana para una sociedad que le teme a todo aquello que rompe los márgenes debe ser sancionable, aunque la sanción se disfrace de cuidado."

 

Sobre la autora: 

Natalia Monasterolo nació en Río Tercero, Córdoba, en marzo de 1978. Es abogada, doctora en Derecho y Ciencias Sociales y Magíster en Bioética.

Ha publicado La mujercita vestida de gris. Relato de una subjetividad mal-tratada (Eduvim, 2016), Derechos Humanos y Medidas de seguridad curativas en Argentina. De la biografía a la teoría (Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba,  2019) Suicidio y placer sexual. Una bioética del goce (Alción, 2021) y Feminismo Inimputable. Deriva de un estilo roto (Eduvim, 2022).

 

Este libro fue presentado en la ciudad de Córdoba por la dramaturgista, licenciada en Letras y profesora universitaria Ana Yukelson. 

Estas fueron sus reflexiones: 

La novela de Natalia, como no podía ser de otra forma, resulta una provocación a nuestra imaginación como lectores. Ya desde su título nos desafía, porque la afirmación: Eso que dicen las cosas, al mismo tiempo plantea un interrogante. ¿Acaso las cosas dicen? ¿Hay un lenguaje en el mundo de los objetos? ¿De qué modo percibimos ese lenguaje? ¿A quiénes se le revela esta escucha de las cosas?

Sin dudas, este es un planteo que corresponde y apela a la filosofía del lenguaje y de la cultura.  Todos sabemos que el lenguaje permite comunicar nuestro universo, cómo se configuran nuestro mundo, y en la ficción, al decir de Humberto Eco, de qué manera poblamos, habitamos esos mundos posibles. La ficción es, en este sentido, transformadora o al menos busca eso. En Eso que dicen las cosas el caso de Ofelia construido por la voz enunciativa, permite que nos zambullamos en su historia y así sin más nos encontramos pensando en nuestro entorno de lo cotidiano y cercano para observar de qué manera estamos presentes, mirando, atentos/as.

La novela no da lugar a ninguna especulación sobre el interrogante, sino que es pura afirmación. Eso que dicen las cosas nos sumerge en el universo sonoro de Ofelia, quien tiene un “don” desde pequeña, si es que este término “don”, ayuda a capturar y explicar mejor el vínculo sensible y afectivo que el personaje entabla con el mundo de las cosas.

Podríamos decir que el personaje de Ofelia tiene el “don de lenguas”, esto es la facilidad para aprender o hablar varios idiomas en términos generales.  Pero si aún queremos ir más allá y nos ufanamos en trazar relaciones encontramos que desde la tradición cristiana, el don expresa la capacidad sobrenatural que permite a alguien hablar lenguas que desconoce, por ejemplo, la concedida por Dios a los apóstoles en la fiesta de Pentecostés, a la espera del Espíritu Santo.  Es claro que no es este, el “don” del personaje de Ofelia. Porque si bien puede resultar misterioso, su “don” no es un milagro ni reviste divinidad alguna. En el mundo que rodea a Ofelia el don no resulta comprendido en forma suficiente, incluso para su madre, Margarita.

Más tarde o más temprano la trama desnuda el modo normativo y las más de las veces intolerante, que distintas instituciones de nuestra sociedad y cultura como las familiares, escolares, laborales, amorosas, de la salud y la justicia, entre otras ejercen y a la vez nos constituyen.  La historia de Ofelia nos hace reflexionar acerca de cómo cada uno de nosotros es definido en relación a esas normativas y establece una tensión que da cuenta de nuestra trayectoria en la vida, en función de cómo nos perciben y cómo nos percibimos. Esto es, un espejo que una y otra vez busca devolvernos la misma imagen, aunque en razón de verdad quizás debiéramos comprender que esa imagen siempre será sólo representación de algo, de otra cosa y que quién somos no es lo más relevante sino aquello que hacemos.

En la novela, el “don” de Ofelia nos invita a una inmersión de sonoridad donde la grafía de los fonemas, permiten la articulación de palabras y la atribución de interpretaciones sobre el intercambio que exige a los lectores imaginar una lógica nueva del lenguaje, por momento más sintético y, en otros, hacia una apertura que inunda el mundo sensible, a punto tal que, al intentar pronunciar en voz alta, cada fonema, esas unidades mínimas del lenguaje, rebotan, se empastan en su oclusión como la /c /o /k/,  vibran labialmente con la /b/ o la /m/; se expanden  para luego contraerse y quedar resonando.

La novela desafía las convenciones que la comunicación impone en tanto alguien que habla y alguien que escucha. El personaje de Ofelia hace presente con su sensibilidad un vínculo particular con las cosas, pero la norma terminará llamando a esto locura.

Cuando imagino el acto de escritura de esta novela, no estoy tentada como con otras escritoras o escritores a asociar ese momento sólo con la cocina, o la manufactura - como “amasar” el lenguaje-, sino me invade la imagen de un andar sonoro, tal como lo plasma la voz narrativa. Una voz que describe con sumo detalle el recorrido y la aventura de todo aquello que ha caído bajo su observación como testigo.  Esa voz nos lleva cual si nos subiéramos en una montaña rusa, primero en forma deliciosa por el mundo de la infancia y el despertar sonoro y afectivo, pero también doloroso, de Ofelia. Luego, nos conduce al ingreso no menos complejo del mundo laboral y la apertura a nuevas redes vinculares que implican atender también lo despiadado, la incomprensión, la sanción a todo aquello que “amenaza” a un supuesto statu quo o normatividad. Sin más, nos hace arribar a una extraña certeza, la voz se detiene y muestra la anestesia y parálisis del mundo manicomial y su degradación.  De allí es capaz de revelar el modo sororo y de resiliencia para salir. Ofelia simula ser invisible ante los demás y acceder a un estado de vida “normal” como salida posible, no sin menores contratiempos.

La novela de Natalia Monasterolo construye con majestuosa verosimilitud un caso, el de Ofelia.

Por último, quiero expresar que la novela Eso que dicen las cosas nos invita en clave de provocación a revisitar nuestros modos de vincularnos con otros. A revisitar nuestras consideraciones sobre la locura, a imaginarnos en una sociedad que atienda, que observe de un modo agudo, flexible, abierto, a las relaciones interpersonales en clave afectiva, tratando de accionar desde un aspecto fáctico y poético a la vez. El lenguaje sin lugar a dudas nos brinda, en sus múltiples manifestaciones o formas de codificarse, entramados, tejidos, redes que como ocurre en el encuentro de Ofelia y Leo permite contarnos historias, tocarnos, acariciarnos, amarnos: “Como sólo saben hacerlo quienes pueden. Quienes podrán siempre”.

Y entonces cuáles son las limitaciones que debemos correr, abandonar, revisar para que esas Denises, gata, gato, pelota o almohadón tengan un lugar de visibilidad sin pretender que sean “una” cosa.

 

ESO QUE DICEN LAS COSAS - NATALIA MONASTEROLO

$22.000
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Contratapa fragmento del prólogo de Débora Mundani:

"¿Cuál es el sendero que conduce a la enunciación del nombre propio?

Eso que dicen las cosas entreabre la puerta y señala uno de los caminos posibles. Un camino que desafía las convenciones (...)

De la mano de Ofelia, la autora nos lleva hacia el nudo originario: donde la lengua de lo cotidiano no llega, en ese lugar la lengua envidia, se siente pequeña, impotente, imperfecta (...) Es preciso no herir la vanidad de la lengua.

La pregunta es ¿a quién ofende la vanidad de la lengua?

Ser mujer, desbocada, irrverente y lesbiana para una sociedad que le teme a todo aquello que rompe los márgenes debe ser sancionable, aunque la sanción se disfrace de cuidado."

 

Sobre la autora: 

Natalia Monasterolo nació en Río Tercero, Córdoba, en marzo de 1978. Es abogada, doctora en Derecho y Ciencias Sociales y Magíster en Bioética.

Ha publicado La mujercita vestida de gris. Relato de una subjetividad mal-tratada (Eduvim, 2016), Derechos Humanos y Medidas de seguridad curativas en Argentina. De la biografía a la teoría (Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba,  2019) Suicidio y placer sexual. Una bioética del goce (Alción, 2021) y Feminismo Inimputable. Deriva de un estilo roto (Eduvim, 2022).

 

Este libro fue presentado en la ciudad de Córdoba por la dramaturgista, licenciada en Letras y profesora universitaria Ana Yukelson. 

Estas fueron sus reflexiones: 

La novela de Natalia, como no podía ser de otra forma, resulta una provocación a nuestra imaginación como lectores. Ya desde su título nos desafía, porque la afirmación: Eso que dicen las cosas, al mismo tiempo plantea un interrogante. ¿Acaso las cosas dicen? ¿Hay un lenguaje en el mundo de los objetos? ¿De qué modo percibimos ese lenguaje? ¿A quiénes se le revela esta escucha de las cosas?

Sin dudas, este es un planteo que corresponde y apela a la filosofía del lenguaje y de la cultura.  Todos sabemos que el lenguaje permite comunicar nuestro universo, cómo se configuran nuestro mundo, y en la ficción, al decir de Humberto Eco, de qué manera poblamos, habitamos esos mundos posibles. La ficción es, en este sentido, transformadora o al menos busca eso. En Eso que dicen las cosas el caso de Ofelia construido por la voz enunciativa, permite que nos zambullamos en su historia y así sin más nos encontramos pensando en nuestro entorno de lo cotidiano y cercano para observar de qué manera estamos presentes, mirando, atentos/as.

La novela no da lugar a ninguna especulación sobre el interrogante, sino que es pura afirmación. Eso que dicen las cosas nos sumerge en el universo sonoro de Ofelia, quien tiene un “don” desde pequeña, si es que este término “don”, ayuda a capturar y explicar mejor el vínculo sensible y afectivo que el personaje entabla con el mundo de las cosas.

Podríamos decir que el personaje de Ofelia tiene el “don de lenguas”, esto es la facilidad para aprender o hablar varios idiomas en términos generales.  Pero si aún queremos ir más allá y nos ufanamos en trazar relaciones encontramos que desde la tradición cristiana, el don expresa la capacidad sobrenatural que permite a alguien hablar lenguas que desconoce, por ejemplo, la concedida por Dios a los apóstoles en la fiesta de Pentecostés, a la espera del Espíritu Santo.  Es claro que no es este, el “don” del personaje de Ofelia. Porque si bien puede resultar misterioso, su “don” no es un milagro ni reviste divinidad alguna. En el mundo que rodea a Ofelia el don no resulta comprendido en forma suficiente, incluso para su madre, Margarita.

Más tarde o más temprano la trama desnuda el modo normativo y las más de las veces intolerante, que distintas instituciones de nuestra sociedad y cultura como las familiares, escolares, laborales, amorosas, de la salud y la justicia, entre otras ejercen y a la vez nos constituyen.  La historia de Ofelia nos hace reflexionar acerca de cómo cada uno de nosotros es definido en relación a esas normativas y establece una tensión que da cuenta de nuestra trayectoria en la vida, en función de cómo nos perciben y cómo nos percibimos. Esto es, un espejo que una y otra vez busca devolvernos la misma imagen, aunque en razón de verdad quizás debiéramos comprender que esa imagen siempre será sólo representación de algo, de otra cosa y que quién somos no es lo más relevante sino aquello que hacemos.

En la novela, el “don” de Ofelia nos invita a una inmersión de sonoridad donde la grafía de los fonemas, permiten la articulación de palabras y la atribución de interpretaciones sobre el intercambio que exige a los lectores imaginar una lógica nueva del lenguaje, por momento más sintético y, en otros, hacia una apertura que inunda el mundo sensible, a punto tal que, al intentar pronunciar en voz alta, cada fonema, esas unidades mínimas del lenguaje, rebotan, se empastan en su oclusión como la /c /o /k/,  vibran labialmente con la /b/ o la /m/; se expanden  para luego contraerse y quedar resonando.

La novela desafía las convenciones que la comunicación impone en tanto alguien que habla y alguien que escucha. El personaje de Ofelia hace presente con su sensibilidad un vínculo particular con las cosas, pero la norma terminará llamando a esto locura.

Cuando imagino el acto de escritura de esta novela, no estoy tentada como con otras escritoras o escritores a asociar ese momento sólo con la cocina, o la manufactura - como “amasar” el lenguaje-, sino me invade la imagen de un andar sonoro, tal como lo plasma la voz narrativa. Una voz que describe con sumo detalle el recorrido y la aventura de todo aquello que ha caído bajo su observación como testigo.  Esa voz nos lleva cual si nos subiéramos en una montaña rusa, primero en forma deliciosa por el mundo de la infancia y el despertar sonoro y afectivo, pero también doloroso, de Ofelia. Luego, nos conduce al ingreso no menos complejo del mundo laboral y la apertura a nuevas redes vinculares que implican atender también lo despiadado, la incomprensión, la sanción a todo aquello que “amenaza” a un supuesto statu quo o normatividad. Sin más, nos hace arribar a una extraña certeza, la voz se detiene y muestra la anestesia y parálisis del mundo manicomial y su degradación.  De allí es capaz de revelar el modo sororo y de resiliencia para salir. Ofelia simula ser invisible ante los demás y acceder a un estado de vida “normal” como salida posible, no sin menores contratiempos.

La novela de Natalia Monasterolo construye con majestuosa verosimilitud un caso, el de Ofelia.

Por último, quiero expresar que la novela Eso que dicen las cosas nos invita en clave de provocación a revisitar nuestros modos de vincularnos con otros. A revisitar nuestras consideraciones sobre la locura, a imaginarnos en una sociedad que atienda, que observe de un modo agudo, flexible, abierto, a las relaciones interpersonales en clave afectiva, tratando de accionar desde un aspecto fáctico y poético a la vez. El lenguaje sin lugar a dudas nos brinda, en sus múltiples manifestaciones o formas de codificarse, entramados, tejidos, redes que como ocurre en el encuentro de Ofelia y Leo permite contarnos historias, tocarnos, acariciarnos, amarnos: “Como sólo saben hacerlo quienes pueden. Quienes podrán siempre”.

Y entonces cuáles son las limitaciones que debemos correr, abandonar, revisar para que esas Denises, gata, gato, pelota o almohadón tengan un lugar de visibilidad sin pretender que sean “una” cosa.